Antes de morir, hija mía,
quisiera estar seguro de haberte enseñado…
a disfrutar del amor
a enfrentar tus miedos y confiar en tu fuerza
a entusiasmarte con la vida
a pedir ayuda cuando la necesites
a decir o callar según tu conveniencia
a ser amiga de ti misma
a no tenerle miedo al ridículo
a darte cuenta de lo mucho que mereces ser querida
a tomar tus propias decisiones
a quedarte con el crédito por tus logros
a superar la adicción a la aprobación de los demás
a no hacerte cargo de las responsabilidades de todos
a ser consciente de tus sentimientos y actuar en consecuencia
a dar porque quieres y nunca porque estés obligada a hacerlo
Antes de morir, hija mía,
quisiera estar seguro de haberte enseñado…
a exigir que se te pague adecuadamente por tu trabajo
a aceptar tus limitaciones y vulnerabilidades sin enojo
a no imponer tu criterio ni permitir que te impongan el de otros
a decir que sí solo cuando quieras y decir que no sin culpa
a tomar más riesgos
a aceptar el cambio y revisar tus creencias
a tratar y exigir ser tratada con respeto
a llenar primero tu copa y después la de los demás
a planear para el futuro sin intentar vivir en función de él
Antes de morir, hija mía,
quisiera estar seguro de haberte enseñado…
a valorar tu intuición
a celebrar las diferencias entre los sexos
a hacer de la comprensión y el perdón tus prioridades
a aceptarte así como eres
a crecer aprendiendo de los desencuentros y de los fracasos
a no avergonzarte de andar riendo a carcajadas por las calles sin ninguna razón
a darte todos los permisos sin otra restricción que la de no dañar a otros ni a ti misma.
Pero sobre todo, hija mía,
porque te amo más que a nadie,
quisiera estar seguro de haberte enseñado…
a no idolatrar a nadie… y a mí, que soy tu padre, menos que a nadie.
Jorge Bucay
lunes, 22 de febrero de 2010
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